Hemos oído muchas veces que aprendemos con los problemas; que es durante los conflictos de nuestra vida que llegamos a plantarnos cuestiones vitales y que encontramos conclusiones o soluciones que nos hacen "florecer". Pero, eso también ocurre en momentos de aburrimiento o calma, ¿o no?
El conflicto, es realmente una fuente de reflexión. Incita a nuestra mente a buscar y obtener respuestas a incógnitas y situaciones dadas. Siempre he querido negarme a este principio. Nunca he querido aceptar que sólo con las malas experiencias (más o menos graves) damos un salto intelectual, madurativo o emocional. He querido pensar que también se aprende en momentos alegres o distendidos.
Ahora... No estoy tan segura. He podido comprobar que mayoritariamente, son los momentos peores los que te procuran lagunas de reflexión. Los momentos felices, en cambio nos envuelven, nos hacen flotar en una nube de tranquilidad que invade nuestro cuerpo y nuestra alma, dejándonos atontados y sin ganas de pensar... Uno, no se plantea jamás ante una circunstancia feliz ¿qué he hecho yo para merecer esto? Simplemente lo disfrutamos. Sin embargo, cuando algo no sale como esperábamos, si nos cuestionamos el porqué. ¿A qué se debe? Y es ahí, en ese preciso instante que comienza un proceso que puede durar un poco, mucho o... Toda una vida.
Recibimos los acontecimientos buenos de la vida como justos, necesarios y normales. Sin embargo, las desgracias no son nunca bien recibidas. Pero, a cambio de este mal rollo que nos dan, nos procuran esa necesidad de replantear nuestros pensamientos, nuestras opiniones o nuestra forma de vida.
Son muchas las personas que después de hechos terribles en sus vidas, son capaces de reconstruirse a sí mismos y tomarse la vida de una manera diferente a como lo hacían antes de su desgracia.
Cuando "todo" nos va bien, nos dejamos llevar, nos dejamos mecer por la vida y disfrutamos sin rechistar. Eso es bueno también, ¿no? La mente también gusta de relajarse y es necesario cierta paz espiritual y física para la evolución y la supervivencia personal.
Este anhelo de paz también genera su propio movimiento.
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